Autor: Ernesto Piñeyro-Piñeyro
Comentario:
"Con Ojos y Oídos de Niño de 84 Años... Clamando en el Desierto". ¿Cuántos Genios Conocéis? Mis amados leyentes, a lo largo de vuestras vidas, ¿Cuántas personas habéis conocido, que merezcan ser llamados así? Yo, ¡No más de seis o siete! Uno en preparatoria, otro en la licenciatura y tres o cuatro en el post grado. Hubo algunos que me dieron esa impresión, pero yo era demasiado chico como para valorarlos así. Por ejemplo, el hermano marista de sexto año, que nos tenía fascinados a toda la chiquillería por la amplísima variedad de intereses, temas y cosas científicas novedosas, que nos llevaba cada día al salón de clase. Nunca habíamos conocido a alguien así y su ejemplo nos dejó a la mayoría de nosotros una señal indeleble que nos impulsó a desear saber muchas cosas. Contrastaba con el maestro pederasta del año anterior, que nos obligaba a rezar medio rosario todos los días, antes de iniciar las clases. Terminamos el año escolar, con rodillas inflamadas y dolidas. Siempre traía en la boca, el nombre de Dios, Jesucristo, la Santísima Virgen y la vida de todos los santos, de los cuales nos contaba historias inverosímiles, truculentas y terroríficas, de salvación por el martirio. Mientras, les metía la mano a los cuerpos de mis compañeros bonitos, a los feos no. Quizá por él, desarrollé una intensa aversión infantil y desconfianza por las personas exageradamente religiosas, pacatas y mojigatas. Muchos años después, leí en un periódico local, un artículo escrito por un rabino, que nos advertía sobre las personas que no se sacan a Dios de la boca. Decía que eran los peores, como dice el refrán mexicano, "Comen santos y cagan diablos". Volviendo a mis maestros los genios, algunos eran políglotas, que hablaban hasta seis idiomas; Todos, eran helenistas y latinistas profundos y serios, que curiosamente no hablaban inglés, pero conocían sólidamente las lenguas, la filosofía y la historia de Grecia y Roma; Todos eran aficionados obsesivos de hueso colorado de la llamada música clásica, desde la medieval hasta la del Siglo XX. Además, leían sus partituras con facilidad, pero ¡Ninguno tocaba un instrumento musical! Todos dominaban las artes y actividades que he mencionado, con mayor o menor énfasis por sus preferencias personales. Solo uno se inclinaba por las matemáticas elevadas. En el post grado fue donde tuve contacto con genios, que se habían sumergido en los novedosos e intrincados campos de la cibernética, sus aplicaciones a investigar y el desarrollo de modelos de la inteligencia humana y la enseñanza asistida por la computadora. Dos de ellos, psicólogos de renombre internacional y miembros distinguidos de la actual Psicología Gringa. Curiosamente, los primeros no tuvieron contacto con estas máquinas porque aún no se establecía su uso y no se habían desarrollado. Nos comentaban que cuando ellos eran estudiantes becados, algunos cálculos y sus gráficas requerían de cientos de impresiones de un metro cuadrado, hechas a mano, pero que ahora, con un simple comando, la computadora las imprimía en un parpadeo. ¿Qué les parece? ¡Increíble! ¿Verdad? Durante mis estudios de post grado, no escuché comentarios serios sobre la Inteligencia Artificial, (1956), o la Mecatrónica, (1969), a pesar haberse iniciado desde 1956, en Dartmouth College. De la Mecatrónica, menos, pero ya existían. Ahora están omnipresentes hasta en la publicidad actual de programas de televisión. En mi caso, a veces pasaron por mi mente ideas locas de dedicarme obsesivamente al estudio de todo lo conocido y de todo lo que faltaba por conocer. Pero reconozco, admito y acepto, que me llamaba más la atención, la convivencia con chicas bonitas, femeninas, elegantes y guapas, y con bellas damas maduras ¡También! que toda la sabiduría mundial. Sus voces, sus argentinas risas, el aroma desprendido de sus juveniles cuerpos, cuando la fisiología en desarrollo, se conjuga con la anatomía en pleno proceso incoativo. ¡Débil es la carne, los huesos, el pelo, los ligamentos, los tendones, la dermis, la epidermis y lo que les sigue! Ni modo, la ciencia no me atrapó. Sofía, me perdió, pero Eros me aceptó entre sus aprendices avanzados y exitosos. Je, je, je.
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