Autor: José Rivero
Comentario:
El problema no es el impuesto sobre nóminas sino el innecesario dispendio de gastos del gobierno sumada la tremenda corrupción. Después es cuestión de lo inevitable que es de pagar la cuenta. 2/ La casi generalizada crisis de la democracia no es sólo México, no es sólo América, tampoco es todo el mundo. Pero es casi general: La mal llamada democracia en los latinoamericanos y americanos no se salva, ha fracasado rotundamente. De hecho, estas democracias son falsas porque son sólo remedos de democracia que disfrazan como espantapájaros regímenes perversos. Esto no es culpa solo de gobiernos sino también y sobre todo de pueblos o sociedades completas. Se fabrican uniformes, se maquillan sus caras y sobre todo aprenden retóricas que rotundamente engañan mientras que sus ciudadanos o más bien habitantes se alimentan de bellas mentiras. Todos felices pues, todos fracasan. Hay sin embargo tonalidades que simulan socialismos liberales, otros simulan comunismos y hasta demagogos amorosos. Europa nos pone la muestra y hay que emularlos. Allá los ciudadanos están informados y son verdaderamente patriotas. Allá son ordo liberalismos y parlamentarismos que de una clara manera: funcionan.
Autor: Ernesto Piñeyro-Piñeyro
Comentario:
"Con Ojos y Oídos de Niño de 84 Años... Clamando en el Desierto". De Leprosos y Galeotes, está Lleno el Mundo. Estoy seguro de que, sin excepción, todos mis amados y pocos leyentes, saben a quienes me refiero. Si, a los malagradecidos que regresan mal, por el bien que reciben de sus incondicionales semejantes, que los ayudan sin esperar nada de regreso. Como le sucedió al Cristo en la Biblia y a don Quijote, en la obra con su nombre. No pretendo igualarme a tales portentosos seres, de inalcanzables alturas morales, pues no poseo vocación de Mártir, Héroe, Apóstol, Mesías, Líder, Adalid, Enviado, Testigo, Chivo Expiatorio, Estratego, Gran Tlatoani o personaje de novela. Pero puedo asegurarles que cada vez que me lo pidieron o pude, espontáneamente intenté ayudar a mis prójimos, por lo que me he ganado el nada agradable mote de ¡C*l* Pronto! Imaginen como me siento cada vez que me lo dicen, a veces con burla, a veces en tono festivo y otras, con notoria envidia, descalificando mis acciones. Aun así, persevero en mi desusada e insólita conducta, que genera tantas antipatías gratuitas. (No me estoy auto alabando, ni echando flores a mí mismo). Me critican cuando se enteran de que doy propinas diferentes, a los empacadores del super, al de la gasolinera que verifica las cuatro llantas, todos los fluidos del motor y limpia los muchos vidrios de mi vieja camioneta. Lo mismo al plomero que se embarra con mi drenaje, que al electricista que recibió descargas que estaban reservadas para mis viejas y arrugadas manos. Les explico a mis críticos, que lo que doy, ni me enriquece, ni me empobrece y a ellos, si les alegra el corazón. Además, sigo la teoría psicológica que conducta que se premia, posee una alta probabilidad de repetirse, con lo cual garantizo, que cuando los necesito, vengan pronto a ayudarme. Sin embargo, me he topado con leprosos y galeotes, en los cuales ninguna teoría encuentra sustento y desgraciadamente, de ellos está lleno el mundo mundial. Pero ¿De quién aprendí estas conductas? Pues no puedo presumir que se me ocurrieron a mi solito, de mi Pecho Cerebral, como llamábamos de niños, a nuestras ocurrencias infantiles. Las observé y aprendí, de mi proto progenitora, mi abuela materna. Una viuda de la revolución, que vivió aquellos aciagos y amargos años, como muchas otras cientos y miles de mujeres mexicanas, huyendo de la violencia fratricida, con sus cuatro hijos pequeños. La vi muchas veces con una silenciosa y contenida alegría, compartir nuestras viandas con los indigentes que tocaban a la puerta de nuestra vivienda. Otras, llevar lo mismo a unas ancianas, despojos revolucionarios que habitaban en una horrible y fantasmal casa de madera, en el fondo del patio de nuestro hogar. En ella, vivían con un hijo ciego, expuestas a los rayos del sol que se colaban por las perforaciones y se solidificaban con el humo del fogón. En invierno dejaban pasar los latigazos del cierzo de la estación y en verano, las gruesas y sonoras gotas de la tibia lluvia, que todo mojaba. Dos o tres veces por semana, mi abuela compartía con ellas y su invidente hijo, los remanentes, no las sobras, de la mesa familiar, que mi padre se encargaba de proveer con diligencia. En los punzantes inviernos fronterizos, mi abuela buscaba entre las ropas del gran baúl, cobijas viejas, sábanas, trozos de telas, para llevarlos a estos seres desafortunados. Cocinaban ellas con leña en un solo fogón, que llenaba de humo toda la casa y subsistían haciendo a mano, deliciosas tortillas de maíz, panes de elote y otras cosas. Mi abuela nos mandaba a mí y a mi hermano gemelo, a cortar para ellas con el hacha, en pedazos aptos para su fogón los largos, duros y gruesos troncos de mezquite. Las ancianas, sin obligación, nos recompensaban con deliciosos tacos de nopales, cabuches y jacuves, en tortillas de maíz quebrado, recién torteadas. Nota Bene; Perdón por esta digresión, que humedeció mis ojos, apretó mi garganta y removió mis entrañas. “Dad, y se os dará” (Lucas VI:38).
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